Embeber un objeto en fijador,
apoyarlo sobre papel fotográfico y exponer ese mismo papel a la luz. Con la
espera el objeto se revela. Apoyar otro
objeto sobre papel fotográfico, exponerlo a la luz: la imagen se fija. Con la
espera el objeto desaparece.
En un primer vistazo poco tiene
que ver esto con el clásico procedimiento fotográfico, y mucho menos con la
memoria. Sin embargo estas obras calan hondo en ese matrimonio desgastado entre
la memoria y la fotografía dándole la oportunidad de un nuevo romance.
La tan celebrada comercialización
y democratización de la fotografía se ha hecho a costas de desmerecer la
experimentación técnica: la definición, la velocidad y la instantaneidad fueron
los objetivos, y los enemigos incuestionables del proceder casi científico (en
un sentido tierno) de la experimentación. Experimentar es arriesgarse a conocer
de cerca, y a fondo, aún con sus defectos. Recordar también.
Retroceder sobre la técnica
fotográfica, ir contra los avances de la tecnología, no necesariamente para
avanzar más rápido sino hacia nuevos lugares. Retroceder sobre los recuerdos,
ir contra la aceleración inmemorial, no necesariamente para hundirlos atrás
sino para conocerlos mejor. Con las obras de Clara el tacto se convierte en un
modo distinto de recordar, alejándose completamente de lo visible.
Clara apoya insectos, flores y
retazos y le regala a nuestros ojos la sensación de tactilidad de esos objetos.
Sus fotografías no son exhaustivas representaciones de cosas del mundo sino sencillamente
su superficie de contacto, el modo en que se posaron en el papel: aquello que
entregan al tacto pero que no vemos. Por eso Clara está al borde de la fotografía,
en el mejor límite entre ver y tocar, un límite tan indefinido como lo que
queda de los objetos que imprime. Así despeja de un tumbo la definición
tradicional de “memoria fotográfica”: ahora es también memoria táctil. Es que,
¿cuánto más memoria del mundo tiene la textura de un objeto que una imagen de
él?
Pero lo más hermoso de estas
verdaderas huellas fotográficas es que no son tanto una metáfora de los
recuerdos pasados sino más bien de los recuerdos futuros: cuando Clara apoya
con delicadeza cada objeto sobre el papel en verdad no sabe qué imagen van a
entregar. En cualquier conexión con el mundo, así como en cualquiera de estas
imágenes de Clara, nunca sabremos qué sombras, qué recuerdos va a proyectar
cada vínculo humano, cada hecho… cada objeto. Y esperar para verlo o presenciar
su desaparición es parte del hermoso atractivo de estas fotografías, y del
mecanismo de la memoria.
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